jueves, 7 de marzo de 2013




 

Para esta semana que se conmemora el Día de la Mujer la Iglesia Católica (en su crisis actual) tiene una magnífica oportunidad de situarse, (al menos aquí en Colombia), frente a las mujeres de todas sus parroquias e intentar explicar ¿cuál es el sentido de su discriminación contra ella? ¿Por qué la considera feligresa de segunda categoría? ¿Por qué sólo califica para mucama en el Cónclave? ¿Por qué desde su posición patriarcal ha contribuido al abuso e inequidad que se vive en parejas y familias, estimulado desde el discurso machista con el que se protocoliza (por ejemplo) una boda? ¿Realmente creen que la mujer le debe obediencia al hombre y que estas palabras ‘bendecidas’ por un sacerdote no hacen mella tanto en hombres para reforzar y en mujeres para aguantar? ¿Que tanto del abuso y violencia contra la mujer ‘nace’ en el discurso religioso? ¿Por qué la mujer debe aguantarse los desmanes de un marido patán bendecido en un matrimonio católico? ¿Por qué santifica el victimismo y el martirio de la mujer que sufre en vez de ayudarla a liberarse de este? ¿Por qué esta Iglesia masculina se cree con derecho a manejar el cuerpo de la mujer? ¿Por qué Dios es padre y no madre? ¿Por qué privilegia la maternidad como si fuera el único camino en el desarrollo de una mujer? No queremos más panegíricos dulzones y mentirosos que expresen que estamos representadas por la Virgen María que está ya en los altares. No. La Iglesia Católica tiene una deuda infinita con la mujer y es hora de empezar a afrontarla. En los altares no sirve el reconocimiento a la mujer. Es con hechos concretos y reales. El lenguaje, las imágenes, las actitudes son las que deben ‘hablar’ de lo que realmente significa la mujer para la Iglesia. Lo demás, como dicen los muchachos es carreta, contentillo…
Qué paradoja y aquí viene una de las inmensas contradicciones de la Iglesia: mientras que por un lado hace el panegírico de la maternidad como un camino de santidad para la mujer corriente, sin embargo no logra materializar la maternidad en María, mostrando una imagen de ella embarazada. Al fin qué, ¿es una vergüenza el embarazo? ¿En María sí es vergonzoso y hay que evadirlo pero en el resto de mujeres no? En ellas, ¿sí es un orgullo? ¿Por qué la santidad es contraria al disfrute sexual? ¿Por qué la mujer debe tener los hijos de un violador?
En esa actitud machista y patriarcal, el mismo celibato se puede leer como una demostración de discriminación o descalificación contra la mujer porque pareciera que fuera ella ‘la que contamina’ al hombre sacerdote. Abolirlo es considerar que la mujer no tiene el estigma del pecado ‘original’ ni que la sexualidad es contraria a los principios religiosos. Un hombre y una mujer pueden estar muy cerca a Dios sin necesidad de satanizar el placer y la compañía de la pareja. Además, con el aporte de la mirada científica, ¿se ha preguntado la Iglesia que tienen que ver el celibato con la pederastia y los abusos sexuales?
Cualquier palabra que un sacerdote diga esta semana para ‘alabar’ a la mujer pero calle referirse a la discriminación e inequidad que se practica dentro de la jerarquía católica contra ella, es un discurso patriarcal. Sólo es válido ‘lo que yo nombro’, lo demás es inexistente. Es la actitud de quien no quiere ver e impone su criterio, un comportamiento totalmente anquilosado y, qué pena, ¡miedoso! ¿Será que no saben cómo responder precisamente por incoherentes? Las mujeres católicas necesitan una explicación humilde, coherente y respetuosa. Padre-madre Dios así lo desearía…

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