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18 feb
Se reabre el debate sobre la marginación de la mujer en los órganos de decisión y poder de la Iglesia.
“La
jerarquía de la Iglesia católica se resiste a cambiar una estructura
machista y discriminadora que relega a la mujer a puestos de servicio,
pero a la que nunca se le permite participar en las decisiones y mucho
menos en el poder.”
(Deia- C. Lago) La
teología femenina ha alcanzado la mayoría de edad hace mucho tiempo
pero la Iglesia católica mira para otro lado como si le tuviera alergia.
Las mujeres, excluidas de la representación de Dios, desempeñan muchas
tareas eclesiales sin reconocimiento oficial, no participan de las
funciones magisteriales y de gobierno, y rara vez son consultadas. A
pesar de ello, la vitalidad de muchos grupos de mujeres cristianas es
imparable.
Una mujer al
frente de la barca de Pedro es absolutamente impensable y la ordenación
sigue siendo tabú. “Hoy en muchos foros eclesiásticos, se escucha la
necesidad de ordenar mujeres, algo impensable hace unas décadas. La
Iglesia no ha dado ningún paso. En algún sínodo se habló de admitir
mujeres al ministerio de lector; pero luego no se ha hecho nada por el
miedo a que un ministerio venga seguido de otros”, afirma Isabel Gómez
Acebo, teóloga feminista. Y es que el sacerdocio femenino es un tema que
está frenado, pero no cerrado del todo.
Sor Teresa
Forcades, autora de la Teología feminista en la Historia, asegura que la
situación de marginación de la mujer en la Iglesia es “un escándalo,
por eso ningún Papa se ha atrevido a prohibir ex cathedra el sacerdocio
femenino”. Sin embargo, la jerarquía de la Iglesia católica se resiste a
cambiar una estructura machista y discriminadora que relega a la mujer a
puestos de servicio, pero a la que nunca se le permite participar en
las decisiones y mucho menos en el poder.
Mujeres
cristianas, académicamente acreditadas, han iniciado una ofensiva para
hacer frente a este ninguneo. Reclaman potenciar su liderazgo con una
redefinición evangélica, social y cultural del lugar que ocupa la mujer
en la Iglesia. Todo ello partiendo de que “la espiritualidad es una
capacidad humana que desarrollan por igual las mujeres y los hombres que
así se lo proponen”, afirma Mercedes Navarro, doctora en Psicología y
en Teología por la Universidad Gregoriana de Roma y una de las
fundadoras de la Asociación de Teólogas Españolas.
Mientras
algunos jerarcas les siguen mirando por encima del hombro, ellas
continúan andando camino. Su ausencia es una provocación en una
institución que no está para desperdiciar ningún caudal porque la
Iglesia las necesita más que nunca. “La teología católica oficial ha
considerado desde antiguo a las mujeres menos capaces que a los varones
para hablar de Dios, para presidir las ceremonias o para dirigir
instituciones religiosas, pero siempre han existido teólogos y teólogas
que se han opuesto y han encontrado escandaloso que, en nombre de lo más
sagrado, se califique negativamente a la mujer y se justifique su
discriminación”, dice Forcades, monja benedictina.
Las quejas
son recurrentes. “La Iglesia católica a nivel institucional necesita
urgentemente tomarse en serio las preguntas y las propuestas del
movimiento feminista. Tiene que reconocer a las mujeres como
interlocutoras válidas y competentes. Hay un miedo eclesiástico visceral
al feminismo, lo cual se refleja en una distorsión muy grande de los
discursos y las reivindicaciones. Hay una enorme dificultad para
respetar la autonomía moral de las mujeres y su capacidad de
discernimiento. A menudo se sigue considerando a las mujeres como
menores de edad”, denuncia Lucía Ramón, profesora de Teología Feminista y
de Ecumenismo en la Facultad de Teología de Valencia. Sin embargo,
precisa que la Iglesia es plural “como demuestran el desarrollo de las
teologías feministas y la existencia de miles de cristianas vinculadas
al movimiento feminista”, indica.
El
patriarcado es una máxima. Candelas Arranz pone de manifiesto que la
interpretación de la Biblia se ha hecho desde una perspectiva
exclusivamente masculina. “Los comentarios bíblicos han omitido la
presencia de mujeres en el texto (por ejemplo en Pentecostés) y han
desfigurado el significado original de personajes femeninos como María y
María Magdalena”. A su juicio, “urge hacer una lectura del Evangelio
desde el punto de vista de la mujer. No se puede utilizar a Jesús para
discriminar”, subraya.
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