José
M. Castillo
1. El
papado es necesario en la Iglesia. Ahora vemos, más claro que nunca, que la
Iglesia necesita una autoridad suprema, que esté por encima de grupos,
tendencias, divisiones y enfrentamientos. De no existir el papado, es posible
(incluso probable) que en la Iglesia, después de lo ocurrido, se hubiera
producido un cisma. Se sabe que cinco cardenales fueron a pedirle al dimitido
Benedicto XVI que apoyara a los defensores de una Iglesia conservadora y
tradicional, con una teología y una moral igualmente integrista. Pero el
ex-papa Ratzinger les contestó a los cinco cardenales que en la Iglesia no hay
más que un papa, que es Francisco. Es más, inmediatamente informó a Francisco
de lo que estaba ocurriendo. El papado ha salvado la unidad de la
Iglesia. Si un solo arzobispo, Lefebvre, pudo crear un cisma, ¿no habrían podido cinco cardenales ser origen de una fractura mayor?
Iglesia. Si un solo arzobispo, Lefebvre, pudo crear un cisma, ¿no habrían podido cinco cardenales ser origen de una fractura mayor?
2. Francisco
está cambiando el papado. Lo está transformando más de lo que muchos se
imaginan. Y con el papado, está transformado también a la Iglesia. Lo sagrado y
lo ritual pierden fuerza. Y crece en importancia lo humano, la cercanía a la
gente, la sencillez, la normalidad de la vida. Nace así un estilo nuevo de ejercer
la autoridad en la Iglesia. Pierde importancia en ella la religión. Y gana
presencia el Evangelio. Además, estamos viendo que este hombre es más fuerte y
tiene más personalidad de lo que muchos decían. Una personalidad original, que
no le ha llevado a subir, sino a bajar. No para alejarse de los últimos, sino
para acercarse a ellos. El nuevo camino de la Iglesia está trazado.
3. El conservadurismo de la Curia pierde fuerza. En este Sínodo
no ha ocurrido lo que pasó en el Concilio Vaticano II. Allí también los
curiales integristas eran minoría. Pero eran una minoría más fuerte y
determinante que la que ha participado en el Sínodo. De hecho, la minoría
curial, en el Concilio, supo llevar las cosas a su terreno. Y fue determinante
en las cuestiones determinantes para el futuro inmediato. Por eso el capítulo
3º de la Constitución sobre la Iglesia quedó redactado de forma que el papado y
la curia han tenido incluso más poder después del Concilio que antes del
Concilio. Por otra parte, los escándalos en asuntos de dinero y en abusos de
menores han hundido la credibilidad del sistema curial de gobierno en la
Iglesia.
4. Ya no son intocables determinados problemas
morales que lo eran. ¿Se apela ahora, con la misma seguridad que antes
del Sínodo, a la llamada “Ley Natural”? ¿Sigue siendo un tabú lo de la
homosexualidad? ¿Alguien se atreve a decir que la Iglesia nunca podrá permitir
que los sacerdotes se casen? ¿Es tan impensable, como antes, la posibilidad de
que las mujeres lleguen a recibir el sacramento del Orden? ¿No es verdad que la
familia tiene hoy problemas mucho más graves y apremiantes que los que se
plantean en los confesionarios y en las sacristías? Si ahora nos hacemos estas
preguntas - y otras similares -, esto nos viene a decir que en la Iglesia, sin
que nos hayamos dado cuenta, el Sínodo nos ha cambiado (algo, por lo menos, o
quizás mucho) en temas mucho más serios de lo que imaginamos.
5. La forma de ejercer el poder se está desplazando. El integrismo
conservador pierde fuerza porque se empeña en seguir ejerciendo el poder de una
forma que cada día tiene menos poder. Cada día tiene menos fuerza el poder que
prohíbe, impone, amenaza y castiga. El “poder represivo” es cada día menos
poder. Mientras que el “poder seductor” no se enfrenta al sujeto, le da
facilidades, es amable y responde a lo que necesita la gente. Es verdad que
este poder, cuando “se universaliza”, como ocurre con la informática y su
incesante oferta universal de
satisfacción inmediata, entonces se convierte en un poder que somete a los
sujetos de forma que cada sujeto sometido no es ni siquiera consciente de su
sometimiento. Pero cuando el “poder seductor” no “se universaliza, sino que “se
humaniza”, entonces lo que hace es que responde a los anhelos más profundos de
las personas. Y esto justamente es lo que el mundo está percibiendo en el papa
Francisco. Lo que las multitudes de Galilea percibían en Jesús de Nazaret,
cuando Jesús anda por el mundo.
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